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sábado, 8 de marzo de 2014

Día de la mujer trabajadora

Desde que tengo uso de razón, siempre he visto a mi madre trabajar y trabajar... Y trabajar.
He visto ejemplos de mujeres que han decidido (o alguien decidió por ellas) no entrar en el mundo laboral, y no aportar dinero al hogar, a cambio de cuidar a sus hijos, mantener la casa limpia y ordenada, y la comida siempre caliente y a su hora. Otras hacen malabares, porque, además de trabajar, tienen que mantener la casa limpia, los hijos sanos, y las comidas a su hora; cumplir en casa y cumplir en el trabajo, con los hijos, con la familia, y cómo no, con los deberes conyugales, después de un largo día de trabajo dentro y fuera de casa. 

Mujeres siempre listas para lo que tengan que enfrentar, sea bueno o malo.

¿Sexo débil? Toda mi vida he oído esa patraña como una verdad universal, aún siendo increíble para mi.
 Soy consciente de que no puedo igualar la fuerza física de un hombre, y también soy consciente de que no necesito hacerlo para saber que ambos somos iguales en derechos y en deberes, al menos sobre el papel.

Mi madre (hablo de ella porque es el ejemplo más cercano), ha criado 4 hijos, trabajando muy duro para que siempre tuviéramos un techo limpio donde vivir, ropa limpia y planchada para vestirnos, útiles escolares para estudiar, medicamentos para cuando los necesitábamos, y algún que otro regalo de reyes.

A lo largo de mi vida, desde mi más tierna infancia, he visto todo tipo de injusticia y maltrato dirigido a la mujer. Un caso que marcó mi vida para siempre:

En República  Dominica, en el barrio donde vivíamos, no muy lejos de nuestra casa, vivía una familia feliz (aparentemente). El papa, un abogado respetado, la mama, una esposa entregada, y sus dos preciosas hijas: Maricela y Alba Iris. Para aquel entonces yo admiraba esa familia, porque mi madre no vivía con nosotros, trabajaba en Barcelona para ofrecernos un mejor futuro, en ella veía el reflejo de la madre que no tenía. 
El caso es que mi hermana y yo pasábamos mucho tiempo donde la vecina, Deysi era su nombre. Todo parecía marchar sobre ruedas, todo muy idílico. Papá cariñoso, esposa feliz, hijas guapas y sanas...

Una vez cuando llegamos a su casa por la mañana vimos que tenía nuestra Deysi unas marcas azuladas en los brazos, pero no le dimos mucha importancia. Se oían gritos procedentes de su casa, gritos y discusiones que se ahogaban con la algarabia que reina en las calles dominicanas. 
Al poco tiempo nuestra vecina se quedó embarazada, y antes de que la barriga empezara a crecer tuvo la fantástica idea de poner un puesto de venta de pollos, ya que en varias manzanas no había ninguno. Su marido, el respetado abogado, en un arranque de furia le destrozó el chiringuito, y a ella la cara. Ya lo empezamos a ver todo más claro. El respetable abogado dejó de ser tan respetado.
Cada día bebía más, y cada día la piel de Deysi quedaba más marcada por sus abusos. Ya no la visitábamos tanto como antes, ya no era feliz, vivía un infierno, y desde mi visión infantil nada podía hacer, sólo pedir a Dios que cambie su situación, y que ese hombre no la matara.
Poco a poco el bebé que llevaba dentro crecía, iba a ser un niño, un precioso niño como sus niñas. 
Recuerdo que me encantaba tocar su barriga, poner la cabeza para oír al bebé. 

Muchas tardes convencía a mi querida vecina para que se dejase peinar por mi; su pelo era largo, fino, suave y muy negro, lo que hacia un hermoso contraste con su piel blanca como la leche. Era pequeña de estatura y parecía frágil al lado de su esposo. 

Un día le propinó tal paliza que estuvo en el hospital varios días. Mientras ella estuvo ingresada, èl le arregló el puesto de venta y limpió y arregló toda la cada. Cuando ella volvió me sorprendió que regresara a esa cada donde casi perdió la vida. Desde mi punto de vista infantil, deseaba que se marchara lejos, no quería ver su rostro marcado, no quería oír sus llantos. Al poco tiempo, volvió a pegarle, y ese niño precioso que tenía que nacer, no pudo resistir los golpes de esa bestia con ropa. 

Se fue el pequeño, sin nombre, sin rostro, sin llegar a ver la luz ni a recibir todo el amor que su mamá tenía para él. Ese día algo se rompió dentro de mi, el bebé no estaba y no iba a venir nunca más. Lloré de impotencia, no podía hacer nada, no sabía que podía hacer y no podía ayudar a Deysi.

Pero ella tomó la decisión, lo dejó. Simplemente se fue con sus preciosidades a otro sitio. Lejos del gran abogado. Se acabaron las tardes en su casa, se acabó jugar con Maricela y Alba Iris, se acabó la esperanza de que ese bebé que acariciaba dentro de la barriga de mi vecina iba a vivir, y se acabó peinar su bella melena.

Para ella se acabó recibir gritos, golpes, abusos, discriminaciones, humillaciones. Se acabó soportar a un imbécil que se las daba de gran señor y que no daba la talla como hombre. 
Ante ella se abría un nuevo camino, para ella y sus hijas. Nunca más volví a verla, y nunca podré olvidar su historia.


He visto tantísimos tipos de maltrato, que ya nada me sorprende. Sólo una cosa. En pleno siglo 21, aún existen animales capaces de dañar a una mujer para esconder su cobardía y disfrazar sus complejos, para no tener que asumir sus carencias, y son tan viles que no reconocen que tienen un serio problema.

El blog de hoy está dedicado a todas las Deysis del mundo.

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