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sábado, 12 de noviembre de 2016

Historias de amor jamás contadas n*4

Era un viernes de madrugada,  habían ido a cenar como casi todos los viernes desde que estaban juntos en aquella relación todavía por definir. Esa noche a ella le había apetecido tapeo y vino tinto,  estuvo todo el día de buen humor, como casi todos los viernes desde que se habían conocido seis meses atrás.

Habían hecho el amor como cada vez que se encontraban, de manera consciente y apasionada,  y ahora,  exhaustos después de la segunda vez de la noche,  descansaban abrazados. 

Ella para dormir siempre le daba la espalda,  él la abrazaba cálidamente, y siempre se dormía antes,  excepto esa noche.

Él estaba pensativo,  y ella percibía cierta intranquilidad,  era extraño,  porque cuando estaban en la cama,  no existía nada más.  De repente, cuando ella estaba a punto de quedarse dormida,  él se acerca a su oído y le dijo: estoy enamorado de ti y te quiero...

Esas palabras inundaron toda la habitación,  se hicieron densas y se colorearon por sí mismas,  cambiantes de luz a oscuridad y nuevamente a luz.

Ella se volteó y le dijo- no,  no estás enamorado de mi y no es verdad que me quieras.

Entonces por qué no puedo sacarte ni un minuto de mi cabeza? -respondió, mirándola a los ojos.

Eso es porque te gusto mucho,  soy un encanto - dijo sonriendo- pero eso no significa que estás enamorado cariño. Y mucho menos que me quieras.

Ah no? Entonces porqué me siento desgraciadamente solo cuando pienso en que esto que tenemos algún día se puede acabar? - dijo él.

Ella sintió una ternura profunda hacia él,  era la primera vez que exponía sus sentimientos en seis meses,  la primera vez que hablaba de amor.  Ella cuando se conocieron estaba ilusionada y feliz,  sintió crecer en su corazón ese sentimiento hermoso,  pero al ver la actitud de él, más distante,  se disfrazó de frialdad,  cada vez que un "te quiero" asomaba a sus labios,  se lo tragaba con amargura,  tenía miedo de ser rechazada otra vez,  sentía miedo de que él confundiese  esas muestras de amor con debilidad, no podía soportarlo nuevamente.  Al ver que él abría su corazón,  sintió aún más miedo.

- Te sientes solo porque empiezas a imaginar cosas!  Y empiezas a llorar antes de que te den el palo. Además estoy segura que en cuanto nos dejemos de ver tardarás una semana en sustituirme por otra.

Él puso una expresión seria,  casi como de enfado,  aunque se contuvo bastante.

- cuando te beso el tiempo se detiene,  necesito tu risa para llenarme de energía.  Eres lo último que pienso por la noche y lo primero de la mañana, dormir a tu lado me tranquiliza.  Todo está bien cuando estamos juntos. Quiero estar siempre contigo.

- Ya deja de decir tonterías,  tienes fiebre o algo? - dijo ella de manera teatral.

Por qué cuando escucho tu risa es como el más perfecto de los amaneceres,  como esa luz del sol dentro de mi,  no puedo evitar reír,  ahogándome en esa felicidad,  sería capaz de convertirme en payaso para escuchar esa risa. -siguió él- cuando te veo quiero correr a abrazarte como si me fuera la vida en ello,  y cuento las horas para volver a verte como un tonto,  y te llamo con cualquier excusa,  solo para oír tu voz.

Insisto, no estamos enamorados- dijo ella con voz muy floja.

Ella ya no podía resistir todas esas expresiones de amor,  nunca imaginó que él sintiera todo eso.  Empezó a atar cabos.  Cada vez que le llevaba el desayuno a la cama,  la acompañaba a casa,  escuchaba pacientemente sus quejas de trabajo y la abrazaba muy fuerte, cuando la llamaba por tercera vez para confirmar si habían quedado o no,  en vez de enviar un mensaje,  esas charlas de madrugada sobre sus sueños e inquietudes,  cómo le acariciaba el pelo por la noche mientras dormía,  y la primera sonrisa al despertar,  esa que indicaba la satisfacción de los estar a su lado.  En aquel momento lo supo.

Hubo un silencio de unos diez segundos que pareció una eternidad.

Entonces no quieres pasar el resto de tu vida conmigo? -preguntó él con voz muy suave y tierna.

Por supuesto que sí -Dijo sonriente ella,  acercándose más a él,  sintiendo su calor, y la paz que solo hallaba en sus brazos, se fundieron en un abrazo, acompasando los latidos de sus corazones como si fueran uno solo.